Se quedaron cortos quienes comentaban, repetidamente, durante la época de campañas electorales, que Andrés López Obrador era un peligro para México. Nada más exagerado, desproporcionado, excesivo, descomunal y totalmente fuera de lo realidad, decía y se defendía el ahora presidente. Y efectivamente, aunque no estaba comprobada dicha afirmación, no se tenía la certeza de se si trataba de solo un eslogan más de campaña electoral de sus contrincantes de los otros partidos políticos.

Ahora se puede valorar como gobernante, con mucha certeza y exactitud, y los resultados que le ha dado a los mexicanos con datos proporcionados por él mismo y las instancias de su propio gobierno. Es un sexenio que prometió mucho, exageradamente, pero que ha cumplido demasiado poco, por no decir poquísimo o nada, no solo con relación a los aspectos prioritarios como la seguridad, el empleo, la salud o la educación y servicios públicos, sino también en lo que concierne a respetar la voluntad de los mexicanos votantes, para elegir al próximo presidente de México.

Una vez que muestra su desesperación por su eminente derrota en las próximas elecciones intermedias y federales, para ocultar que su movimiento no es respaldado por una mayoría cada vez más en ascenso, se ha ocupado él directamente de violar, impunemente y todos los días, la ley electoral, al lanzar a su corcholatas, como les ha llamado, a una campaña abierta y descarada utilizando todos los recursos públicos aportados por todos los mexicanos, así como dirigir sus ataques y linchamiento al árbitro electoral, el INE, y sobre todo como respuesta a la exitosa marcha del día 13 de noviembre convocada por los ciudadanos, la cual tuvo una amplia difusión y asistencia.

Como respuesta, repito, en lugar de gobernar, López Obrador se ha dedicado a convocar a sus más cercanos colaboradores y seguidores a la marcha, según él a petición del pueblo para mostrar el respaldo por los buenos resultados de su gobierno durante los cuatro años de la administración morenista. 

Lejos de mostrar ecuanimidad, sensatez, recato y un poquito de vergüenza por la investidura presidencial que el pueblo le prestó por seis años, actúa irracionalmente. Esta es la explicación por la que el diputado federal morenista, Sergio Gutiérrez Luna puso en marcha el linchamiento, al llevar la cuenta regresiva para la finalización del periodo de Lorenzo Córdova y Ciro Murayama como integrantes del Consejo General del INE, que concluye en abril de 2023. 

El Secretario de Gobernación convertido en agitador y al mismo tiempo jefe de los diputados de Morena, Adán Augusto López Hernández, amigo, paisano y hermano moral del presidente, se encargó personalmente de redactar hasta en sus más pequeños detalles la reforma electoral que favorece a los candidatos de López Obrador. 

Y si faltara más descaro, sabedores de que no cuentan con mayoría calificada para lograr su objetivo en la Cámara de Diputados, les exigen a sus diputados que no consideran firmes para votar por su Reforma Electoral, que pidan licencia para el día de la votación y llamen a sus suplentes que sí llevan la consigna de obedecer. Inverosímil, pero legalmente permitido.

El desfile-marcha del gobierno estará encabezado por el propio presidente, acompañado en primera fila de acarreados, por sus “corcholatas”, legisladores, integrantes del gabinete, gobernadores, diputados, senadores y empleados de los tres órdenes de gobierno: federal, estatal y municipal, y sus chairos, ciegos apoyadores de la 4T.

Fomentar la división entre los mexicanos es la prueba irrefutable para la destrucción del país. El poder en manos de la improvisación y mínima preparación estadista, sí es un peligro para México, por más que lo disfracen de ¡hurra! Que ya no hay influyentismo, opacidad, moches ¡que tenemos un sistema de salud como en Suiza! ¡cero corrupciones en el gobierno! ¡Que vamos a festejar que ya no hay acarreados! ¡que es un festejo! Cuánta razón tienen al decir que no son iguales, sino peores. México necesita gobernantes, no mafiosos.