El 24 de febrero del presente año se cumplieron 200 años de la firma y promulgación del Plan de Iguala, documento oficial que inaugura la independencia definitiva del reino de la Nueva España sobre el imperio español. La Independencia de México es junto a la Revolución Mexicana, el acontecimiento que más atención se le ha prestado a la Historia de nuestro país. La población mexicana en general sabe de la existencia de fechas y personajes claves, aunque más allá de eso le resulte poco atractivo conocer. Sin embargo, cualquier mexicano mínimamente inquieto e interesado en que su entorno cambie para bien, debe mostrarse dispuesto a acercarse a los estudios que amplían y profundizan esta época, no sin antes advertir que la historia bien ejecutada debe ser concebida como instrumento de análisis de la sociedad, sitio en donde nos desenvolvemos todos los días.
Nuestra independencia es por principio de cuenta un elemento integrante de un movimiento de carácter mundial que había iniciado desde hacía décadas atrás y que había tenido como prolegómeno la Independencia de los Estados Unidos en 1776. Hasta antes de esta fecha, el concepto de revolución no estaba ligado a cambios que se operaban en la sociedad, sino su uso era aplicable a los cambios que sucedían en los fenómenos astronómicos. Aquí está ya apuntado la impresión que les provocó a los hombres de aquella época lo que se estaba consumándose ante sus ojos: el fin de la monarquía y el inicio de la era de la revolución, como le llamó el historiador inglés Eric Hobsbawm. En ese sentido, los cambios ocurridos a inicios del siglo XIX en el imperio español y en Nueva España, tienen la misma causa, la crisis de la monarquía hispánica.
Desde antes de 1808 España estaba en bancarrota y había perdido poderío dentro de los imperios europeos. Un ejemplo de ello se demostró con lo ocurrido en 1805 en la Nueva España con la aplicación del impuesto Consolidación de Vales Reales, el cual obligó a la institución eclesiástica a enviar sus capitales a la corona para cubrir un compromiso financiero que los reyes españoles habían adquirido con Napoleón Bonaparte. Este acto generó molestia generalizada pues además de afectar las arcas religiosas, ocurrió lo mismo con las cajas de comunidad de los pueblos indígenas y propietarios particulares. Pocos años después, en 1808, ocurriría la manifestación más clara de la debilidad del imperio, el ejército francés a su paso para llegar a Portugal y así tener más próximo a su principal enemigo, el imperio inglés, tomó preso al rey español Carlos IV quien sin ninguna resistencia entregó la corona a cambio de la dotación de anhelos personales: un castillo, tierras y una pensión anual.
La reacción inmediata fue la constitución de 25 juntas gubernativas por todo el territorio peninsular proclamando que ahora en ellas recaía la soberanía del reino. Los americanos por su parte se cuestionaron sobre qué junta gubernativa merecía obediencia. Las capitales de Caracas y Buenos Aires, por ejemplo, se inclinarían por no respetar a ninguna y así iniciar el camino de la autonomía. Finalmente, el avance francés sobre territorio español obligaría a establecer una Junta Central que rápidamente convocaría a diputados peninsulares y americanos. La importancia de la reunión reside en que de ella nacerá la Constitución de Cádiz, primer documento oficial de carácter liberal que estableció los postulados de libertad de prensa, representatividad de las provincias; echando así por tierra la relación la relación central y de subordinación que había mantenido durante 300 años la corona española sobre sus súbditos.
Sin embargo, nada aún estaba definido en la Nueva España. Son conocidas las numerosas muestras de obediencia y lealtad que amplios grupos manifestaron hacia la figura del Rey y de repudio al invasor francés. Las diversos y antagónicos intereses de las clases y castas estaban revueltos en esta tormenta de acontecimientos. Aquí es dónde reside la importancia de figuras como Miguel Hidalgo y Morelos; quienes gracias a su visión y sensibilidad lograron percatarse que la revolución que estaba en marcha necesitaba poner sobre la mesa las necesidades y dolencias de las capas desprotegidas que gracias a su trabajo no solo habían logrado llenar de lujos y excentricidades a la corte española, sino al hombre más rico del mundo en aquel momento, el conde de regla Pedro Romero de Terreros, de origen español que había hecho su riqueza en la Nueva España a costa de la espalda de los mestizos e indígenas. Pese a haber estado a un paso de la conquista definitiva, lo espontaneo del movimiento de Hidalgo y el restablecimiento de la monarquía española en diciembre de 1813 que logró sofocar y fusilar a Morelos en 1815, puso fin a las defensas más claras y decididas de las clases sometidas.
Lo que sucedería de 1815 a 1820 fue una militarización de todo el territorio novohispano por parte del ejercito realista cuya cabeza la ocupó el sanguinario general Félix María Calleja. Muchos pueblos incendiados, poblaciones enteras desplazadas, así como ejecuciones sumarias, todo ello bajo el argumento de deslealtad hacia la corona. A muchas comunidades se aplicó el diezmo; recurso que, junto al botín de guerra, llevarían a Calleja a posicionarlo dentro de los hombres más ricos de España, privilegio que en los tiempos actuales aun ostenta su ascendencia. A pesar de esta aparente derrota definitiva de la insurgencia, el tiempo, que suele darle a las épocas mayor fuerza que el mejor ejercito del mundo, se impondrá para independizar a casi todo el continente americano.
En 1820 España restablece la Constitución de Cádiz y el parlamento. Rápidamente, en Nueva España reiniciaron las reuniones en privado, numerosos periódicos y folletos circulaban de manera libre en las capitales; además de contar con una sociedad sofocada por la guerra y con una economía paralizada. Agustín de Iturbide, quien originalmente fue llamado por el virrey Apodaca para sofocar la insurgencia sureña, para 1920 decide entrar en contacto con Vicente Guerrero (cabeza de la insurgencia con mayor resistencia en ese momento) para proponerle una solución de paz al conflicto. Guerrero es muy claro al señalar que la única vía para deponer las armas es la independencia absoluta del territorio. El plan de Iguala instituyó lo que querían los insurgentes buscaban: independencia, así como libertad e igualdad que facultara a cualquier individuo a ocupar cualquier puesto o empleo. Por otro lado, como lo ha señalado el doctor Juan Ortiz Escamilla, la idea del proyecto surgió de las elites de la capital, las que durante la guerra habían perdido parte de su papel, fortuna e influencia sobre las decisiones políticas y económicas de la Nueva España. Los señores del poder estaban aterrados ante la enorme alcanzado por los ahora ciudadanos envalentonados al ejercer sus derechos políticos concedidos por la constitución y cuya pujanza se expresaba en la multiplicación de autoridades municipales y provinciales liberales, así como el fortalecimiento de las oligarquías regionales en detrimento de los poderes fácticos de la Ciudad de México.
A pesar de que el plan tuvo detractares manifiestos, no paso a mayores. El arribo de Iturbide a la capital del país el 27 de septiembre de 1821 contó con la anuencia de los hombres que ostentaban el poder económico y eclesiástico, pero no de los insurgentes. De igual manera, estos estratos ocuparon la lista que conformó la Soberana Junta Nacional Gubernativa que rigió al país del 28 de septiembre del mismo año al 24 de febrero de 1822.
Éste fue el alcance de una insurgencia desperdigada, que después de 1815 adoptó una actitud más de defensa que de ataque. No hay duda de que la Independencia de México constituyó un proceso histórico con los matices en su carácter revolucionario que le podamos designar al calado de las transformaciones que ocurrieron con ello. Empero, tampoco hay duda de quiénes fueron sus consumadores y qué intereses buscaban con ello. ¿México y el mundo se aproximan a dar un nuevo paso en el largo camino por conquistar una vida digna consustancial al ser humano?
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