En el año 2000, la Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró por primera vez el Día Internacional de la Juventud. De acuerdo con la declaración, esta celebración se hace a manera de reconocimiento de que sin la intervención de los jóvenes los Objetivos de Desarrollo Sostenible no podían alcanzarse; no obstante, para que sea así, los jóvenes necesitan adquirir los conocimientos y tener las oportunidades para desarrollar y explotar este potencial. Textualmente se plantea que “…los jóvenes deben adquirir la educación y las habilidades necesarias para contribuir en una economía productiva; y necesitan acceso a un mercado laboral que pueda absorberlos en su tejido.” Ahora veamos cuál es la situación educativa y laboral de los jóvenes en México, según datos oficiales.
De acuerdo con la definición de INEGI, la población joven, la que se halla entre 12 y 29 años, suma 37.8 millones de personas; esto es, tres de cada 10 mexicanos forman parte del sector joven de México. De acuerdo con Inegi, la matrícula según nivel educativo en el país en el ciclo 2021/2022, era de 6.3 millones en educación secundaria, 4.9 millones en educación media superior y 4 millones más en educación superior; un total de 15.2. Es decir que, en términos gruesos pues habrá estudiantes fuera del rango de entre 15 y 29 años, 40% de los jóvenes cursan estudios formales.
La situación laboral de los jóvenes no es más alentadora. Los jóvenes se enfrentan a un mercado de fuerza de trabajo más adverso que para el conjunto de la población. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del INEGI, entre enero y marzo de 2022, la Población Económicamente Activa (PEA) joven era de 16.5 millones, de estos 15.5 millones se hallaban ocupados; de estos, un millón de jóvenes dispuestos a trabajar, no había hallado lugar en el mercado de trabajo; esto es, los jóvenes enfrentan una tasa de desempleo de 6%, el doble que el promedio general (3.3%). A este indicador hay que sumar 1.5 millones más de jóvenes que se reportan como disponibles para trabajar, pero que han desistido de buscar empleo porque consideran que no tienen ninguna posibilidad de encontrar una ocupación económica, es decir, que les reporte ingresos suficientes por desempeñarla.
Ahora bien, si observamos las condiciones laborales de los 15.5 millones que sí tienen ocupación, éstas también son peores que las de por sí deplorables condiciones promedio. Tres de cada cuatro jóvenes ocupados (75%), más de 11 millones, ganan apenas hasta dos salarios mínimos (contra el 67% de la población ocupada general); y de estos, casi 6 millones (40%, 6 puntos más que la población ocupada total) perciben solo hasta un salario mínimo. Ocho de cada diez ocupados jóvenes son trabajadores subordinados remunerados; es decir tienen poca capacidad para flexibilizar su jornada y actividades laborales y, en cambio, no redunda en mejores ingresos. Otro tanto similar ocurre con la informalidad. 51% de los trabajadores subordinados jóvenes no cuentan con servicios seguridad social, 7 puntos más que el promedio general.
Los indicadores que se reportan aquí son todos oficiales. Son un botón de muestra de cómo la crisis del modelo económico mexicano afecta hoy a la población joven. Aunque en general las estadísticas oficiales intentan ocultar la verdadera dimensión de los problemas sociales de México, los que presentamos aquí dibujan un escenario crítico para la población joven. En la educación y en el mercado de fuerza de trabajo el bagaje acumulado es determinante en los resultados del individuo. La falta de oportunidades y condiciones para que un joven se inserte en la escuela y en el mercado de fuerza de trabajo es una condena a una vida de pobreza. Este modelo no ofrece, ni puede hacerlo, ni un presente, y menos un futuro, en el que la población joven en su conjunto pueda cultivar y explotar todo su potencial creativo. Lo más que ofrece es la perspectiva de emplearse en condiciones deplorables, migrar para ser explotados en beneficio de un sector de la población que lo denigra mientras lo explota. La pujanza de la juventud, su capacidad crítica, y el penoso futuro que se avizora de seguir con un modelo económico basado en la irracional producción de valor y en la híper-concentración de la riqueza en unas cuantas manos obliga a la juventud a pensar en la revolución necesario de todo lo que nos rodea y, sobre todo, en la organización de una fuerza social que realice esa revolución.
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